FꓤANCISCO JAVIER ЯODRÍGUEZ AMORÍN

Dejar en orden la casa.

“Sin fin, sin nombre”, en movimiento perpetuo

de unos ángulos mudos o salados.

Dejaremos limpia y en orden nuestra casa,

que si en la noche se alarga el silencio,

con los abrazos y los besos,

las sábanas gozarán de nuestros cuerpos quietos.

Esta es la cuarta, la cuenta decrece,

por la comisura de sonrisas enseñamos los dientes.

Recogimos nuestros miedos, como rollos de papel,

y los quemamos en una ofrenda.

“Ven como eres”,

pasea por el orden que dejaron los trastos,

la ropa, los zapatos, las migas del pan,

los alimentos caducados.

Dentro de la quinta paralela como una polifonía verde,

como una polifonía roja, se deshacen los movimientos

libres de nuestros renovados átomos.

Cansados de limpiar el polvo de las esquinas,

o nuestras marcas por los pasillos, dejamos abiertas las ventanas,

para ventilar las habitaciones que dan al sur.

Cuando entra la luz y el calor del sol, sonríen las plantas

los azucareros y las cacerolas.

Entre las botellas de cristal soplado,

decorando los vacíos de las estanterías,

se esconden orugas y planos adyacentes

que tienen hambre y se atragantan al comer desesperadas

los recuerdos que dejan los minutos olvidados

de días alegres con fiesta y comidas entre amigos.

Haz lo que sea necesario para ser feliz.

Nunca quisimos otra cosa para ti.

Sueños en blanco y negro, despejados

y solitarios, nos encuentran

recitando los números concordes del gato.

Francisco Javier Rodríguez Amorín©

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